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"El olimpismo superó todas mis expectativas"

Lucía Giamberardino, ex integrante de la selección femenina argentina de handball, fue una de las relevistas de la antorcha olímpica de Tokio 2020, que comenzó su recorrido el pasado jueves y que mañana partira hacia Japón. Además, participó como voluntaria los días previos a la ceremonia de encendido de la llama olímpica, en la ciudad antigua de Olimpia. Cómo llegó a formar parte de tamaño acontecimiento, el olimpismo como filosofía de vida y una historia de fuegos y de sueños que se cumplen.


Lucía tiene 8 años y está en su primer torneo de handball, en Tapalqué, una ciudad en el centro de la Provincia de Buenos Aires, a unos 300 kilómetros de su Necochea natal. Hace poco empezó a practicar el deporte que, aunque todavía no lo sepa, la llevará a recorrer el mundo y le cumplirá algunos sueños. Los equipos cambiaron de lado en el entretiempo, pero Lucía no pareció haberse enterado, y apenas se reanuda el partido, corre picando la pelota hacia el arco que ahora defiende su compañera de equipo.


Lucía tiene 30 años recién cumplidos y recuerda la anécdota, entre risas, como uno de los momentos más avergonzantes de su infancia; del otro lado del teléfono, desde el otro lado del Océano Atlántico. Lucía Fiorella Giamberardino (6/3/1990) está en la ciudad antigua de Olimpia, en Grecia y a veces le cuesta creérselo, aunque sea producto de las decisiones que tomó a lo largo del camino, las que sabía que la llevarían allí. A veces le suena irreal. Surreal.


Lucía supo desde chica que quería que su vida estuviera ligada al deporte. Según contó en una oportunidad, a sus 14 años, escribió en sus zapatillas de entrenamiento: “Hasta Europa no parás”; y a los 19 viajó sola hasta el viejo continente para cumplir con su palabra. Jugó dos temporadas en España y una en Italia; con la selección argentina disputó tres mundiales (juvenil Eslovaquia 2008, junior Corea del Sur 2010, adulto Brasil 2011) y participó de dos ciclos olímpicos con la celeste y blanca.


“Sentí mucho alivio cuando me di cuenta de que había sido parte de una olimpíada”, cuenta entre risas. La ex pivot de La Garra, que ahora tiene clara la diferencia entre Juegos Olímpicos y olimpíada, intenta explicar muchas cosas a la vez, la desborda la ansiedad, la emoción. Intentamos empezar por el principio, por los motivos que la llevaron a ser una de las primeras relevistas de la antorcha olímpica de Tokio 2020 (y una de las pocas, ya que el relevo en Grecia se suspendió debido al avance del coronavirus).


Playmaker: ¿Qué es el olimpismo? ¿Y cómo fue que empezaste este camino que te llevó a estar hoy en Olimpia?


Lucía Giamberardino: Creo que como atletas no sabemos bien de qué se trata la teoría del Olimpismo, pero sí en la práctica. Más allá de los anillos como representantes del movimiento olímpico, el olimpismo como filosofía tiene bases que como atletas practicamos. Muchas de las personas que conocí en el deporte, y con las que compartí la cancha, lo practican sin saberlo, porque tiene que ver con la alegría en el esfuerzo, con el juego limpio, con superarte cada día, con el respeto por el otro; tiene que ver con valores que, si tenés la suerte de tener un espacio deportivo en el que los formadores a tu alrededor también lo promueven, entonces estás practicando el olimpismo. Después, que sepas o no que existe, es otra cosa. A mí lo que me pasó fue que me empecé a encontrar con que el olimpismo era eso cuando lo leí en los libros, en la Academia Olímpica Argentina (AOA). Ahí fue el primer contacto con la teoría de la filosofía que yo no sabía, pero que practicaba desde siempre. Fue descubrir, “ah, esto tiene un nombre, alguien lo creó, después derivó en los Juegos Olímpicos Modernos”.


El inicio fue la participación en la AOA, eso fue el inicio del camino que derivó en el relevo. Fue en la Academia donde no solamente conocí la filosofía del olimpismo en teoría, sino que pude integrar muchas cosas. Ahí llegué por haber trabajado en la ONAD (Organización Nacional Antidopaje, ahora Comisión Nacional Antidopaje, CNAD), una vez retirada del alto rendimiento. Por mi trabajo en el área de educación de la Comisión comencé a relacionarme con el ENARD (Ente Nacional de Alto Rendimiento Deportivo), con la Secretaría de Deportes, con las federaciones nacionales; y con el COA a través del cual conocí la AOA y tuve la posibilidad de inscribirme y participar.


Playmaker: ¿Qué fue lo que descubriste con la AOA?


LG: Principalmente qué era para nosotros el olimpismo llevado a la realidad, porque este ambiente (del alto rendimiento) es muy hermoso, pero debe ser menos del 1% de la población mundial. Entonces me interpelaba en preguntarme, estás en una elite de una elite, ¿pero para qué sirve? ¿A dónde lleva? ¿Qué podemos hacer con esto? ¿Qué transforma en la realidad de la mayoría? En la AOA entonces debatimos mucho, ¿qué es el olimpismo?, ¿cómo lo podemos implementar en nuestros ámbitos de trabajo?, ¿es articulable con el deporte en desarrollo?, ¿es algo separado? Todas esas preguntas te impulsan a re plantearte hacia dónde querés dedicar tu esfuerzo, tu trabajo y el amor que tenés por el deporte en sí.


Aquella experiencia en la Academia Olímpica Argentina la llevó a Giamberardino, que es psicóloga social, a tener la oportunidad de participar de la Academia Olímpica Internacional (AOI) en 2018, en Olimpia, en la que intercambió experiencias con participantes de las academias olímpicas de otros países. Un año más tarde, en 2019, Lucía volvió a la ciudad que vio nacer los Juegos Olímpicos de la antigüedad, pero esta vez para ser coordinadora en la sesión de la AOI. Fue ahí cuando se presentó la oportunidad de ser relevista.


“El año pasado cuando vine como coordinadora de la academia, tuvimos una cena de cierre. Yo estaba sentada al lado de una persona que trabaja en el relevo de la antorcha, y que está encargado de proteger el fuego, así como lo estoy diciendo que parece de cuento, están encargados de cuidar el fuego olímpico desde que se enciende hasta que sale de Grecia”, aclara, y continúa: “Cuando estábamos cenando, le pregunté a esta persona qué era para él el fuego, la antorcha, qué significaba el fuego olímpico, y él se emocionó cuando me contestó. Cuando sentí su emoción pensé: ‘tengo que venir a ver esto en vivo, quiero ver qué le pasa a la gente, quiero ver qué pasa en el detrás de la escena que ves por la tele, quiero ver cómo se crea esa magia’.


La ex pivot de la selección solicitó entonces poder estar como voluntaria durante los ensayos previos y la ceremonia de encendido de la llama olímpica, y explica: “Porque en definitiva, por lo que voy pudiendo descubrir, el olimpismo es eso. Es la gente que está trabajando detrás, es lo que pasa detrás de los momentos que nosotros vemos como increíbles, y como deportistas nos pasa de todo”. Pero entonces no sabría que a aquella solicitud se le sumaría una oportunidad inmejorable.


Lucía fue sorteada, junto a otros dos miembros de la IOAPA (sigla en inglés por Asociación Internacional de Participantes de la Academia Olímpica), para ser relevista de la antorcha. Esas tres plazas fueron otorgadas por el Comité Olímpico Griego a la IOAPA, asociación de la cual es parte por haber sido participante de la AOI.

Lucía, con la antorcha de Tokio 2020. Fuente: archivo personal.

Playmaker: ¿Cómo asimilaste semejante situación?, ¿qué te pasó por la cabeza?


LG: Es una re locura. No soy consciente todavía y lo llevé con mucha cautela hasta que se confirmó, no hace mucho. Lo primero fue una alegría y emoción inmensa, y luego se me jugó la contradicción de ser relevista sin haber competido en unos Juegos Olímpicos. Son preguntas o contradicciones que están sobre mi mesa digamos. Por otro lado, siento que estar acá tiene no tiene que ver con haber llegado o no a un Juego Olímpico, sino con haber sido parte del proceso con el mismo sentimiento de pertenencia, y que resultó superador en lo personal. Entonces por eso no hay reclamos. Sí me pasa con el tiempo, que con el trabajo en gestión del deporte he ido resignificando muchas cosas de mi propia carrera.


Playmaker: ¿Qué cosas resignificaste?


LG: Por ejemplo, al principio, cuando vine en 2018 como participante (de la AOI), me tuve que levantar el día que dieron testimonios los atletas olímpicos, porque no podía parar de llorar cuando contaban sus historias con respecto a los Juegos Olímpicos. Y cuando regresé de esa experiencia empecé a jugar al handball de nuevo. En 2019 cuando volví a la Academia como coordinadora, me pude parar a aplaudir a quienes daban sus testimonios olímpicos por el esfuerzo que significa, y con el orgullo de haber transitado ese camino también y de saber que en lo que quiero trabajar es en que más chicos y chicas puedan seguir el camino del deporte, con todas las posibilidades a su alrededor. A mí se me despertó el olimpismo por ese lado, por querer integrar. Así que no tengo pendiente lo de "no ser olimpica". El olimpismo realmente superó todas mis expectativas en el camino, convirtiéndose en algo mucho más profundo de lo que lo tenía asociado.


La reflexión de Lucía también resignifica el concepto para quienes se conmueven con el movimiento olímpico, aquellos que están relacionados desde otros lados, no necesariamente dentro del campo de juego. Condensa también el sentimiento de los voluntarios, y por ese lado también puede sentirse orgullosa: “Como pedí venir para ser voluntaria, incluso antes de enterarme de lo del relevo, llegué 10 días antes a Olimpia. Esto es lo más hermoso, la preparación de todo para el encendido del fuego y de los relevos de la antorcha. Estuve ayudando en todo el detrás de escena de lo que fue la ceremonia, preparando los materiales, yendo al templo de Hera todos los días”.


Lucía cuenta las cosas con una naturalidad que ni ella parece terminar de asimilar, y con una sonrisa que puede percibirse a través del teléfono. Y casi antes de terminar las frases, recuerda la siguiente anécdota con el entusiasmo propio de la situación: “El día del penúltimo ensayo, por ejemplo, me pasó una cosa muy divertida. Estaban todas las sacerdotisas con sus vestidos, haciendo las coreografías y yo estaba sentada a un costado, mirando cómo pasaba todo, y como la primera relevista (campeona olímpica de tiro, la griega Anna Korakaki) todavía no había llegado, me preguntaron: “¿Querés representar a la corredora?” Estaba lleno de cámaras, porque ya se empezaba a acercar la gente. Obvio que dije que sí, pero no sabía ni qué hacer, y fui ahí a hacerme la que me pasaban la llama olímpica con la rama de olivo en la mano (risas). Y lo loco es que sacaron una foto de eso y un periodista publicó una nota diciendo que se estaba haciendo el último ensayo y que Anna había estado ahí (risas), y pensé “listo, voy a ser famosa, ¡pero por algo que no es real!”, mis quince minutos de fama, pero están mal contados (risas)”.


Playmaker: ¿Qué representa para vos llevar la antorcha olímpica?


LG: (piensa y hace una pausa) Mirá…cuando pienso en el fuego olímpico me pasan dos cosas. Una es entender que esto es un gran movimiento de personas trabajando para que funcione, y que es inconmensurable lo que mueve a nivel mundial, de todo; de personas trabajando, de organizaciones deportivas, de autoridades deportivas, de entrenadores, deportistas, o sea, ya de por sí toda esa magnitud me resulta estremecedora. Por un lado, me pasa eso, de entender lo que es la magnitud del movimiento olímpico. Pero, por otro lado, que es la parte que más me gusta, me pasa que pienso en el fuego olímpico, que es el mismo que me impulsó desde siempre, desde muy chiquitita, desde antes de saber que existían los Juegos Olímpicos. Es el mismo impulso, es la misma fuerza, eso es lo que me hace sentir. El otro día estaba viendo una foto de cuando tenía 8 años, estaba jugando un torneo en Tapalqué (Pcia. de Buenos Aires), era de mis primeros torneos, y pensé que quería que fuera ella, la Lucía de 8 años, la que lleve la antorcha porque ella es la que lo representa. Es el juego, es el amor, es el sentir pertenencia, el tener vivo aquello que nos impulsa hacia adelante, para mí es eso. Porque de hecho como símbolo, histórico y presente, es un fuego que va hacia adelante, para mí es como lo más básico. Si nos logramos encontrar con eso, como seres humanos, digo, no importa si es en el deporte, en el arte, en lo que sea, conectar con ese fuego para mí es lo más fuerte, lo más indudable, me pasa un poco por ahí. Y conectándome con eso, entonces, siento que no soy yo la que corre, sino que son todas las personas gracias a las que esto está pasando, desde mi mamá, hasta todos los demás.


Playmaker: Es que ese fuego que mencionás, que alguna vez te nació, fue alimentándose de otros, ¿no?


LG: Exacto. Y es muy difícil, a veces, cuidarlo. Es como si lo tuviéramos todo el tiempo, a veces en piloto y a veces es una llama, a veces totalmente descontrolado, y otras veces opacado. Y para mí es trabajo no solamente propio cuidarlo, sino de los que tenés alrededor. Yo cumplí años acá, cosa que fue una locura, y ese día me puse a pensar en lo fantástico de las personas que tengo alrededor, que para mí son inspiradoras, personas a las que admiro y digo “mirá el coraje que tiene”, esas cosas que te van llevando hacia adelante. Y para mí en el fondo del olimpismo está eso, lo que pasa es que después es como todo: tenés las bases de las teorías, pero no siempre se interpreta y se practica así, eso también es una realidad. Por eso sé que estar acá viviendo esto es un privilegio, y como tal, siento la responsabilidad de hacer algo con esto. Responsabilidad no como peso, sino como la habilidad de responder, de hacer algo de todo esto; no que quede para el aplauso, sino que siga promoviendo el fuego.


Playmaker: ¿Te referís a seguir inspirando de alguna manera?, ¿seguir alimentando pasiones?


LG: Claro. Por ejemplo, hay una profesora del colegio al que yo fui, la Escuela Modelo de Necochea, que está organizando actividades con todos los chicos del colegio, de todas las edades, para cuando vaya con la antorcha. Con los chicos y chicas hicimos algunas videollamadas estos días y cuando la miraba a la profe organizar todo pensaba:, “es ella”. No sé cómo decir esto, pero la inspiración para esos chicos puede que sea alguien que llegó a lo que está hoy valuado como "lo más lejos", lo más visibilizado, lo más importante; pero la que todos los días trabaja para que esos chicos crezcan, para que sigan habiendo escuelas de deporte en Necochea, la que se preocupa por la salud de ellos, la que habla con los padres, es ella, es la profe. O sea, para que la inspiración se convierta en la realidad de esos chicos y chicas, depende del trabajo cotidiano de quienes hacen que eso pase. Me lleva a esa reflexión. Es decir, ¿qué genera esto? ¿Es inspiracional? ¿Y cómo se articula para que sea una realidad para la mayor cantidad de gente posible, desarrollarse a través del deporte? Que no quede en “qué bien esta piba, mirá lo que hizo”, que se pregunten dónde está su fuego y ser parte de quienes trabajemos para que estén dadas las condiciones de desarrollo para despertar, cuidar y hacer crecer ese fuego.


Playmaker: Y que sepan que no tienen que mirar tan lejos a veces, ¿no?


LG: Eso mismo. Y eso también me lleva a pensar en que a veces les mostrás a los chicos un role model. ¿Y qué herramientas les das para que se conviertan ellos en un role model? Si quisieran convertirse en uno.


Playmaker: Mencionaste que cuando pensabas en el fuego, una de las cosas que te pasaba era que pensabas que era un poco la representación del fuego que llevabas dentro desde chica. ¿Cuál es tu fuego y qué es lo que lo mantiene vivo hoy?


LG: En cada paso del camino tuve la fortuna de que haya personas que me hicieron sentir parte y me impulsaron al único destino posible: el crecimiento y la superación. Desde mi familia, entrenadores, a familias del corazón que me abrieron las puertas de su casa, compañeras de equipos. Creo que, si bien para cada uno superarse y crecer significan cosas diferentes, se hacen posibles en el intercambio, sintiéndose parte, creciendo con otros. Mi fuego hoy se sigue alimentando de espacios de crecimiento con otros y más aún cuando puedo sumar a que si alguien quiere transitar el deporte como camino de aprendizaje y crecimiento, lo pueda hacer. Mi fuego se alimenta también cuando en una charla sobre juego limpio con mi trabajo, conecto con la potencia de los chicos y chicas que aman lo que hacen, más allá de las medallas. El fuego sigue siendo el handball en la cancha, y el deporte en general fuera de ella; la psicología social y la integración del camino transitado, con aquello que puedo “devolver” a lo que tanto me dio.


Playmaker: Y a medida que fuiste forjando este camino, ¿soñaste con estar donde estuviste el pasado jueves?


LG: La verdad no. Cuando soñaba con jugar en la selección, o profesionalmente en Europa, lo tenía como un objetivo claro. Pero todo lo que vino después de La Garra fue “encontrándome” en la medida que pasaba, y cada nueva situación fue abriendo nuevas posibilidades, con personas que fueron clave para eso. Las Academias me permitieron integrar mi pasión por el deporte con la formación psicosocial, y que esta posibilidad de ser relevista llegue luego de ese camino, me maravilla y me hace sentir fuertemente que, aunque los caminos no siempre sean los “tradicionales”, el amor por lo que uno hace, nos termina llevando a lugares que ni siquiera imaginamos al momento de empezar el viaje.


Lucía está llena de preguntas. Cada tanto se ríe y aclara que no ha podido encontrarle respuesta a todos los interrogantes que le surgen acerca de cómo aplicar el olimpismo a la vida diaria. Reflexiona acerca de su carrera fuera del 40x20, de cómo una cosa llevó a la otra y terminó en la cuna de los Juegos Olímpicos de la antigüedad. Y habla de un tema no tan común, pero que tal vez ella transitó con más liviandad por haber encontrado otra pasión fuera de las canchas.


En la primera Academia Olímpica Internacional, pedí quedarme como voluntaria para la sesión siguiente, que era la de medallistas olímpicos. Estuve una semana debatiendo, y escuchando cómo debatían medallistas olímpicos. En uno de esos debates escuché a un francés, medallista de oro en remo, decir que inmediatamente después de que se retiró, no sabía qué hacer con su vida. Eso me dio una nueva perspectiva. Empecé a pensar ‘okey, ¿qué pasa con el desarrollo integral de la persona que hace deporte? Y no con el deportista como una producción constante de logros deportivos’. Esa situación de decir ‘qué hago con mi vida después del deporte’ está muy presente, por eso programas como la Academia Olímpica son cosas que te abren un poco más el abanico de posibilidades y te hacen pensar: ‘bueno, ahora tengo esto, lo puedo conectar con lo otro’. Pero la realidad cruda, es que una semana no alcanza para alguien que no se fue desarrollando durante tanto tiempo.


Playmaker: ¿Y en qué aspecto afecta más el retiro a una persona que estuvo en el alto rendimiento?


LG: Lo relaciono mucho con la cuestión de identidad, porque creo que es imposible no pasar por un periodo de depresión, en el nivel que sea que hayas jugado. Llega un momento en el que el deporte te define, en el sentido de que vos vas construyendo tu identidad en el deporte, o al menos es lo que me pasó a mí, hablo desde mi experiencia. Entonces, en el momento en el que no hacés más deporte, no SOS más deportista. No es que no hacés, no SOS más deportista, y si no sos deportista, ¿qué sos? Eso es algo que no es una tontería. Porque después de dedicarle toda tu vida al deporte, o al menos 30 años de tu vida al deporte, hay una transición que no es solamente laboral, es algo mucho más profundo. Creo que para que eso no sea tan impactante se tiene que acompañar al deportista desde el momento de su desarrollo, hasta su llegada al alto rendimiento. No que sea un apoyo que aparece cuando sucede el retiro, sino que se priorice el desarrollo integral de esa persona que hace deporte; entender al deporte como parte integral de la vida. Después en el alto rendimiento es más difícil empezar con ese proceso, porque te tenés que dedicar 100% a eso, pero son las contradicciones que a mí me vienen dando vuelta hace un par de años.


Playmaker: ¿Pudiste resolver algunas?


LG: No (risas). En lo personal tuve la suerte de poder estudiar mientras hacía mi carrera, y después, de que me llamaran para trabajar en la Comisión. Pero si hubiese tenido que salir a buscar un trabajo, o ver qué hacía con mi vida, no sé…los dos únicos meses que estuve así, en una especie de vacío, no la pasé bien. A mí la CNAD, la posibilidad de trabajar para la comisión, de volver al CeNARD, de trabajar para los deportistas, me ayudó muchísimo, fue clave, pero también porque sabía que quería seguir ligada al deporte. Yo creo que en esta situación no hay un culpable, sino que es algo más estructural. Incluso nosotros como deportistas no lo pensamos, yo no me hacía esas preguntas; vos sos deportista y lo único que querés es llegar a lo más alto. Pero también porque hay una cuestión que está basada en eso, en llegar a lo más alto, en entender al deporte para llegar a lo más alto, y no como para desarrollarte vos como persona en tu integridad. Para mí esa es la contradicción más grande, a la que todavía no le encuentro respuesta, si es articulable el desarrollo de la persona en el desarrollo deportivo con el alto rendimiento, si hay un puente posible ahí o no.


Lucía fue una de las pocas argentinas que portó una antorcha olímpica en suelo extranjero, y seguramente guarde aquellos momentos para siempre en su memoria; pero lo que seguirá alimentando su fuego, será la posibilidad de seguir transmitiendo esa pasión por el olimpismo, más allá de su anécdota personal.

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